Serían las 2 de la mañana cuando el oscuro antro donde me encontraba quedo iluminado por la chica que acababa de entrar. No supe muy bien cómo pero empezó
a haber fuego cruzado en la osucuridad. Al rato, empezamos a charlar de una
manera superflua, sin darle demasiada importancia a las palabras, como
si bailaramos un vals con el corazón latiendo a un 3/4. Las turbias miradas de complicidad hacian presagiar que era de esas mujeres que les quedaba pequeña la cama de matrimonio. Y es qué de vez en cuando te encuentras con mujeres que sueñan en plata de ley. Ella había llegado en el mejor momento, en la lujuria de aquellos días.
Hace tiempo que no sé de ella... echo de menos la claridad de sus ojos en los días finales de invierno.
No, no tenía rival